Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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100323
Legislatura: 1893
Sesión: 20 de Junio de 1894
Cámara: Senado
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 152, 2961-2963
Tema: Juegos prohibidos

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene S. S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Ya he dicho antes que el Gobierno tiene el propósito de castigar las faltas; y ahora, con motivo de la excitación de los Sres. Senadores y Prelados, todavía tendrá más energía para ello. Pero no hay que hacerse ilusiones, este vicio del juego está encarnado de tal manera en toda sociedad, y lo ha estado en todo tiempo, que es muy difícil a la autoridad perseguirlo y castigarlo, porque más de una vez, el exceso de persecución no sólo aumenta el vicio, sino que lo aumenta en términos y proporciones mucho más desfavorables, puesto que en lugar de jugarse a ciertos juegos que no son prohibidos, se juega a los prohibidos de manera tan oculta, que es imposible, no digo castigar, sino ni siquiera vigilar a los jugadores, y entonces el juego tiene otras consecuencias peores, que son las del engaño, amaño, falsificación y estafa.

Y después de todo, cuando el juego se persigue en los términos en que vulgar y comúnmente se juega, ¿qué sucede? Que se busca el juego en otras partes donde es muy difícil perseguirlo, como, por ejemplo, en las carreras de caballos y en el juego de pelota, donde se va a ver esos famosos pelotarias. Pues en una tarde, y en algunos de esos partidos, se han cruzado 14 y 15.000 duros. Resulta, por tanto, que es mucho más perjudicial este juego que el que se hace en los casinos, porque ese juego se hace por la clase media, por los industriales, a quienes cuesta mucho trabajo ganar el pequeño capital que tienen. Por consiguiente, hay que mirar las cosas con muchísimo detenimiento y con gran atención, y perseguir el juego, pero no dar lugar con la persecución a otros males mucho mayores, y ésa es la dificultad con que se ha de encontrar todo Gobierno.

Por lo demás, yo no he oído en el Congreso eso de que el rendimiento del vicio del juego sirva para [2961] la beneficencia, sino que lo dan las sociedades de recreo, en las cuales se procura que sólo se juegue a juegos que el Código penal no persigue, esto es, a los que se llaman no prohibidos.

Por lo demás, en ninguna sociedad de recreo tengo entendido que se permite jugar a aquellos que son conocidamente prohibidos, como son la ruleta, el monte y otros que no cito porque soy poco entendido en la cuestión de juego. Si una sociedad de recreo, por tenerle ciertas consideraciones que no perjudican al Código penal, se conviene con la autoridad en darle alguna cantidad para la beneficencia, bienvenida sea esa cantidad. Si, además, alguno de los empresarios de esos recreos o fiestas que no se puede prohibir, como las carreras de caballos, los juegos de pelota, las funciones de teatro, etc., etc., dicen: esto que se va a recaudar será para los pobres, bienvenido sea, porque éstos lo agradecerán, pues de otro modo se lo llevaría el contratista.

En ese sentido no se puede ser tan escrupuloso como los Sres. Obispo de Salamanca y el de La Habana. Si una función de teatro, que después de todo se ha de dar, porque no es delito, destina sus ganancias a la beneficencia, ¿a quién se le ha ocurrido que sea un mal? Pues todos los años la corrida de toros de la beneficencia? (E Sr. Conde de Canga-Argüelles: Malas corridas son esas.) ¡Ay, Dios! (Risas. El Sr. Presidente agita la campanilla.) Pues mire el Sr. Conde de Canga-Argüelles? (El Sr. Vizconde de Campo-Grande: Mala como todas.) ¡Conforme; pues vamos a extirparlas; pero si se dan, ¿no vale más que los pobres y los enfermos del Hospital se lleven los miles de duros que produce esa corrida? (El Sr. Conde de Canga-Argüelles, No; no es bueno eso en esa forma.) El mayor rendimiento que tiene el Hospital provincial de Madrid se lo da la Plaza de toros, primero por lo que produce su arriendo, y después por la corrida de beneficencia que ningún año baja de 12.000 duros, o sea 1.000 duros al mes. (El Sr. Conde de Canga-Argüelles: ¿Sabe S. S. los males que han causado esas corridas?) No; pero de todas maneras los hubiera habido, y éstos se hubiesen producido sin causar ningún beneficio a los pobres.

No exageremos las cosas. Vamos a sacar todo lo que podamos de los recreos, no de los vicios, del fausto, de lo sobrante de los demás, del rico, del potentado, de aquello que produce la sociedad en sus fiestas; vamos a sacar algo para los pobres. ¿Qué pecado ni qué delito hay en esto? Al contrario, lo considero muy beneficioso; pero no el vicio ni aquello que pueda propagarlo o contribuir a extenderlo.

De todas maneras, claro está, como yo no soy Prelado, no soy tan escrúpulos; y si después de todo el vicio me da una cantidad, en lugar de tirarla al mar, si ésta me sirve para asistir a los enfermos, ayudar a los pobres y auxiliar a los desvalidos, la empleo en esto, porque el pecado está cometido y el dinero en mis manos. ¿No sería un delito tirarlo al mar, cuando hay pobres que piden pan y necesitan medicamentos?

No exageremos las cosas, porque si no, tendremos que entrar en una discusión muy extensa sobre otros asuntos, como, por ejemplo, la lotería. Ésta es mala, pues vamos a quitarla, pero para eso es necesario que cubramos con algo en el presupuesto del Estado el vacío que entonces quedaría.

Por lo demás, la lotería es malísima, ya lo sé; pero yo la considero como una de las mejores contribuciones, porque para mí no hay contribución mejor que aquella que el contribuyente paga a gusto, pues apenas hay contribución que se encuentre en esas condiciones; así es, que si hay una que se paga a gusto, que la pague el que quiera, ¡qué le voy a hacer yo!

Lo mismo sucede con el tabaco. ¿Acaso se necesita para la subsistencia, ni para vivir bien, ni para nada? ¿No lo consideran algunos como un vicio? ¿Vamos a extirpar la renta de tabacos porque se funda en un vicio?

No entremos en eso; yo creo que no conviene exagerar. Vamos a ver si impedimos la mala cara del vicio, lo malo que él tiene, y hasta el vicio mismo; pero ya que éste no se pueda extirpar, por lo menos extirpemos su mal aspecto, el mal ejemplo y su propagación; vamos a limitarle cuanto podamos, ya que no sea posible extirparlo por completo.

Me acuerdo de una vez que se persiguió el juego de una manera extraordinaria; en ninguna parte se dejaba jugar? (Un Sr. Senador: Los petardos.) No, los petardos me importaron poco; lo que voy a decir es la manera cómo los jugadores burlaban la acción de la autoridad.

No se permitía el juego en ninguna parte, y cuidado que esa tirantez de la autoridad tampoco se puede sostener por mucho tiempo, porque los agentes de vigilancia y los demás medios de que la autoridad dispone se necesitan también para más fines que para perseguir el juego. Pues bien; tan eficaz fue la persecución, que no había medio de jugar en ninguna parte absolutamente a nada; ¿y saben los señores Senadores lo que hicieron los jugadores? Había algunos que se subían a los campanarios, y allí, con pretexto de tocar las campanas, jugaban; otros no hacían más que ir y volver a Aranjuez en la época en que se acababa de inaugurar el ferrocarril de Madrid a esa población, y en los coches del tren jugaban a la ida y a la vuelta. Todavía contaría yo otra cosa que me ha pasado a mí; pero no lo hago, porque realmente no es del todo pulcra. (Varios Sres. Senadores. Venga, venga.) Procuraré contarla con toda la pulcritud que me sea posible.

Era yo ingeniero-director de las obras de Las Portillas en el ferrocarril de Madrid a Vigo; se trataba de una obra muy difícil, y el Gobierno acordó hacerla por administración y con presidio; me mandaron 1.500 confinados, para alojar a los cuales tuve que hacer barracones. Esos confinados que antes se empleaban en las obras públicas, tenían una gratificación, y yo me enteré de que la jugaban de tal manera, que al poco tiempo lo que habían ganado todos con su trabajo, se hallaba en poder de diez o doce, que eran los más listos y los que mejor jugaban.

Se hizo todo lo posible para evitar el juego, ¿y saben los Sres. Senadores lo que calcularon los confinados? Pues el juego del piojo, que consistía en los siguiente: cada dos confinados estaban unidos por una cadena, y por la noche se acostaban el uno al lado del otro; hacían un círculo en el suelo; cada uno tenía su piojo en su brazo, donde le alimentaban perfectamente; le ponían en el suelo en un circulito pequeño que tenía el mismo centro que el círculo grande; cada uno llamaba a su piojo con el nombre del compañero con quien estaba unido y le excitaba a que saliera del círculo; y pasaban los capataces, el [2962] mayor, los demás dependientes, y como les oían hablar llamándose el uno al otro, no podían calcular que hicieran la llamada del piojo, que era la base del juego. El que salía antes del círculo era el que ganaba.

Con estos procedimientos, ¿es imposible impedir en absoluto el juego? Creo que no. Lo que hay que hacer es perseguirlo en los centros en que más inconvenientes pueda ofrecer, perseguir aquellos juegos que sean expuestos a pérdidas de fortunas en poco tiempo, evitar su propagación; pero extirparlo es imposible. Ya puede venir aquí el Gobierno que quiera, y tener las autoridades más expertas del mundo, que no conseguirá nada; y muchas veces con la persecución se produce un mal mayor, y es, que se realiza el juego en peores condiciones, con engaños y falsedades.



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